Por: Rafaela García B.
Lcda. En Educación mención en Psicología
Las mamás ya la tenemos difícil con muchos retos en la actualidad, ser proactiva, eficiente, eficaz y además de todo, tener cubiertas, por así decirlo, las tareas de la casa y nuestro día a día con nuestros hijos y nuestras hijas. El trabajo nos demanda exprimir lo mejor de nosotras y en nuestro anhelo de cumplir nuestras metas nos exigimos y aceptamos más cosas de las que podemos hacer.
Las redes nos acechan con imágenes de mamás “perfectas” que comen saludable, hacen ejercicio y además siempre tienen tiempo para atender a sus niños de manera armoniosa, nos enseñan platos saludables que muchas veces contradicen lo que nuestra abuela y madre nos han enseñado.
En la casa, los quehaceres esperan por nosotros, por nuestra disponibilidad de tiempo y conocimiento para no dañar la ropa cuando la clasificamos cual “misión imposible” cuando nos encontramos con esa camiseta blanca que tiene un pequeño arcoíris en la esquina izquierda y que además, es la camiseta favorita de nuestra hija, la cual, usa cada que se lavan. Con todo esto nos espera el tema de nuestros hijos e hijas, esos pequeños que necesitan refuerzos en la escuela y que tenemos que ayudar a sobrevivir en este mundo de competencias y, ¡no solo eso! sino también a destacar así que, antes de los tres ya tienen que haber aprendido a nadar, tener un conocimiento básico de colores, formas y números, seguido por la clase de gimnasia, fútbol y equitación. Sin olvidarnos que como mamás tenemos que buscar el momento para realizarnos como mujeres, darnos tiempo para nuestras amigas y para enfocarnos en el bienestar de respirar entre cada cosa que hacemos.
Y es así, como esta avalancha nos empieza a perseguir por la vida, pero hubo un tiempo el cual probablemente quisiéramos guardar en nuestro memoria en un cofre con seguro y olvidarnos donde pusimos la llave, todo dejó de tener el mismo orden de importancia que antes tenía, nos enseñó que el ritmo de la vida que llevábamos estaba confundido y toda nuestra rutina cambió, las tareas de la casa sin ayuda, criar a los niños las 24 horas del día, se sentía como si el tiempo afuera se hubiera detenido pero adentro corría a pasos agigantados, los niños querían jugar con nosotras, tenían tareas y horas específicas de clases online, tenían las mamás que dar el desayuno, el almuerzo y la cena junto con los snacks, pero también tenían que trabajar atrás de una computadora que estaba exigiendo más de ti que nunca, porque les perseguía la presión y el miedo de perder el sustento para su familia, salir a la calle era un riesgo y requería mucho más esfuerzo, tiempo y concentración que nunca.
Algunas casas no tienen patio o impresoras o materiales para hacer actividades, pues estábamos acostumbrados a que alguien más lo haga por nosotros o tener una ayuda extra. Se acabaron las salidas a comer, las reuniones con amigos y con nuestra familia, la vida cambió de un momento al otro; vemos por la ventana todo parece tan normal pero prendemos las televisión o las redes y nos encontramos con noticias terribles que inevitablemente nos llevan a imaginarnos personificándonos aterrados, así que, volvemos a cerrar la puerta de nuestra casa esperando que esto pronto acabe encomendándonos en quien creamos para que cuide a nuestra familia y la que no está con nosotros.
Pero empezaron a pasar los días empezamos a sentir habitual este cambio tan abrupto, los seres humanos tenemos esa impresionante capacidad de adaptarnos, empezamos a destinar obligaciones dentro de nuestro hogar, para que todos colaboren, empezamos a tener la casa “patas para arriba” pero jugamos con nuestros niños les tomamos en brazos, les hicimos cosquillas, contamos historias nos despertamos a ver el amanecer, algunas veces no alcanzamos a entregar el deber, algunas veces nos sentamos a ayudarles y a enseñarles otras veces somos quienes adelantamos la tarea, jugamos juegos de mesa, lavamos los platos una y otra y otra vez, nos guardamos el miedo para que nuestros niños y niñas sientan que estamos seguros, les mentimos diciéndoles que sabemos que esto pronto acabará que iremos a ver a los abuelos muy rápido, lavamos sábanas y las convertimos en carpas.
Los sacamos al patio, a la terraza incluso a la ventana, deteniéndonos a pensar lo valioso que es hacer algo tan cotidiano como sentir el viento que tal vez meses atrás nos molestaba porque nos despeinaba, les dimos snacks que a veces no eran tan saludables, les pusimos la televisión para alcanzar a hacer todo y sentarnos en la computadora por horas, nos detuvimos a verles dormir preguntándonos a qué mundo llegaron pero admirando su paz, sonriendo, porque aunque perdimos la paciencia en algún momento del día también les abrazamos, también les besamos también tuvimos tiempo de amarles de tenerles con nosotros. Porque están sanos, porque estamos vivos.
Sí, como mamá nuestra tarea se ha multiplicado y sí, nos merecemos un aplauso puertas adentro porque en realidad no sé si tenemos que agradecer a este tiempo por darnos la oportunidad de volver a clasificar la importancia de nuestras actividades, preguntarnos qué es lo que queremos que nuestros hijos aprendan a competir o a compartir, a tener o a ser, a sobrevivir o a vivir. Poner nuestra paz como prioridad para poder brindar a todos sobre todo a nuestra familia una mejor versión de nosotros mismo. quitarnos la máquina automática que nos dirigía y tomar el control de nuestra vida, hacer solamente lo que nos haga felices y hacer con felicidad lo que debemos hacer.